Zigzag de una dentellada en el pecho.
Supongo que yo tenía que estar en ese presente de internada luz
cuando tú
posaste rendida a las curas y los antibióticos.
Supongo que yo no debí hurgar en bolsillos de memorias y sacar
ante mí tu fotografía
desnuda como un río de leche de cuatro partos; primogénita envidia
no tan bella, no tan dura,
no tan misteriosa,
no tan sexualmente veraz como tú.
Supongo que era inoportuno protestar en las cenizas de la incitación
como si todas las hijas de las hijas
fuésemos hacia un igual
y supongo
que fue sabio que rindiendo la bandera blanca del dolor,
te mostraras más comprensiva que yo contigo y me permitieras
salir de la habitación con aquel exorcismo placebo:
“Vete de aquí, hija
y no mires, no mires,
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