Oigo la voz de mi madre en sueños.
Mi madre no está muerta cuando llega a mí encendida,
vive en una casa con las ventanas abiertas y se vierte visionaria en una silla blanca.
También está la mujer con quien sembró su vida:
la otra madre con quien crecimos como águilas.
Hay muchas palabras que viajan de ida y vuelta
y hacen parada en la estación de mis brazos:
los gatos bostezan esponjosas geometrías,
mi pecho es una caja de cristal y las bocas descuelgan fórmulas,
relojes deshidratados,
árboles pintados con la mano izquierda.
Nadamos esa luz que en las peceras callejea:
ahora confío en todo
con un arroyo, un verano y una manzana en los ojos.
Confío hasta que un disco rayado de conciencia me hace preguntar
si están vivas como yo o yo
muerta como ellas.